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JUEVES, 8 DE SEPTIEMBRE DE 2011 abcdesevilla. es latercera
LA TERCERA 3
F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O L U C A D E T E N A
LA COFRADÍA ATEA
POR GABRIEL ALBIAC
Ateo no es aquel que fantasea con la posibilidad de demostrar la
inexistencia del Dios o de los dioses. Ese es sencillamente un ignorante
del principio elemental al cual Bertrand Russell bautizó ingeniosamente
como navaja de Ockham (navaja de afeitar, no confundamos) y que es tan
viejo como la lógica griega: que la carga de la prueba recae en la
afirmación; que no se demuestra nunca una proposición negativa
menos salvífica de todas las ocupaciones. Voltaire luchó contra los
intolerantes y los ateos reza su epitafio en el Panteón) dará, con
versos malos pero claros, cuerpo estable al arquetipo, en la figura del
pequeño judío pálido que se adelanta ante el Dios omnipotente para decir
con timidez: Mire, aquí entre nosotros, tengo la impresión de que usted
no existe Pero el mito del ateo virtuoso ha sido construido antes: muy
poco después de la muerte de Spinoza. Porque para los moralistas del
final del siglo XVII, como para los ilustrados del XVIII, dar nombre es
restablecer orden y sentido. Y el arquetipo ateo queda, así,
neutralizado en el virtuoso espejo de la propia religión que él
rechazara. A partir del Tratado de los tres impostores- -apócrifo
modélicamente editado en español por Pedro Lomba- ateísmo es religión
inversa, y ateo santo laico. Karl Marx- -tan sabio y tan mal leído- -se
asombraba, al llegar a Londres en 1849, del inexpugnable empecinarse en
el tópico que constata en los exiliados alemanes. ¿Cuál es su religión?
le preguntan. No tengo, responde austeramente. Ah, pues entonces es que
es usted de religión atea. En vano, el joven de Treveris malgastará su
saber académico explicándoles que ateo no es una religión, y que una
religiosidad boca abajo no es menos ni más religiosidad que la que creyó
derrocar. Perderá el tiempo. ¡Esta gente no ha entendido nada!
concluye. Pero así es la vida. Sigue siéndolo. La religión de los
modernos va a ser, a partir del último tercio del siglo XIX, la que alza
el uso distorsionado del ateísmo. El cual, a partir de ahí y con la
mayor frecuencia, da en no ser sino variedad léxica de un
anticlericalismo apenas camuflado. La específicas variedades de esa
religión laica que se proyectan a sí mismas como Filosofía de la
Historia cristalizarán muy pronto en la última- -tan trágica- -Teología
Histórica que ha conocido el pensar moderno: las hipótesis totalitarias
de una historia portadora de sentido consumable, que guiaron a Europa de
una guerra grande a otra absoluta. En la distancia anímica con la que
el mar y el sol enfatizan la realidad de un presente más hecho de
anacrónicas leyendas que de realidad tangible, las emergencias
anticlericales del Madrid de agosto tenían algo de ajeno enigma. ¿Por
qué un país en la pendiente de su peor tragedia económica se entretiene
con tal fervor en dar infantil batalla a un enemigo que no existe, al
Pontífice de una religión que no jugó papel alguno en nada de esta ruina
que es lo real que nos atenaza? Porque la ruina duele, sin duda alguna.
Y porque es necesario, cuando la mente sabe que no existe responsable
único, con nombre y apellido, de un desastre, inventar ese nombre, ese
apellido, y hacer de tal invento el suplente demoníaco de lo que, en
realidad, fue fruto de nuestra sola y pura incompetencia. Y, así como la
blasfemia es el tributo del inconsciente a la ausencia de lo sagrado a
lo cual añora, el anticlerical se trueca en el último creyente de una
sociedad de dioses perdidos. Y al lejano sosiego de los cuestionadores
griegos de los dioses- -Epicuro y, tras él, Lucrecio- -opone el fervor
de la procesión atea Su fe en la culpabilidad del sacerdocio al cual
confronta su alternativa liturgia tiene la fuerza, conmovedora y triste,
de los mártires: son testigos. teo no es- -en frío rigor académico-
-aquel que fantasea con la posibilidad de demostrar la inexistencia del
Dios o de los dioses. Ese es sencillamente un ignorante del principio
elemental al cual Bertrand Russell bautizó ingeniosamente como navaja de
Ockham (navaja de afeitar, no confundamos) y que es tan viejo como la
lógica griega: que la carga de la prueba recae en la afirmación; que no
se demuestra nunca una proposición negativa. Si se prefiere: que toda
afirmación es falsa mientras no sea demostrado lo contrario. Entia non
sunt multiplicanda praeter necessitatem. Y yo, que en nada creo, porque
mi oficio lo inventó Platón para acoger a aquellos que se abstienen de
lo que él llama pistis, la creencia en todas sus acepciones, asisto en
este paradójico presente nuestro, no sin nostalgia, al espectáculo:
procesiones ateas... Y ya no sé si es más justo hablar de oxímoron o de
pleonasmo. Deshacerse de afectos, de fervores, de entusiasmos. Entender
tan solo el necesario nexo causal entre las cosas. Ese era el lema en
torno al cual gira la obra de aquel al que sus coetáneos llaman Iudeus
et Atheista. Atenerse a la cautela de la descripción analítica. Sea. En
la corta medida de mis posibilidades. Ningún afecto mueve ante mí el
espectáculo de ese extraño juego de paradojas en el Madrid de mediados
de agosto. La austera reivindicación de la razón griega por un Papa
teólogo, homenaje al judío Lévinas: Europa es la Biblia más Platón; o la
Escritura leída en griego. Y el fervor misionero de sus laicos
opositores. Nada creo. Puedo, sí, leer aún. Al mismo inmenso Lucrecio al
cual leyó Spinoza. Me consuela: Es dulce, cuando sobre el vasto mar los
vientos revuelven las olas, contemplar desde tierra el penoso trabajo
de otros... Pero nada hay más dulce que ocupar los excelsos templos
serenos que la doctrina de los sabios erige en las cumbres seguras
Sosiego del conocimiento. Pero ya el mar quedó lejos.
GABRIEL ALBIAC ES FILÓSOFO
I
UDEUS et Atheista, judío y ateo el doble estigma al pie del retrato
póstumo de Baruch de Spinoza, da fe de la extrañeza ante el hombre que
piensa. Contra todos. Y del ansia por normalizarlo bajo lo ya sabido.
Porque aquello que escapa a clasificaciones y sentidos dispara el
desasosiego. Todo en ese grabado de final del XVII es apócrifo. A
comenzar por el rostro adusto de elegantes bucles: en ausencia de imagen
verídica del filósofo, es un rompecabezas de arquetipos lo que el
artista compone en su retrato, que prima la serenidad del gesto, la
estoica indiferencia de la mirada. Lo de Iudeus había quedado atrás
veinte años antes, cuando el dictado de expulsión (herem mayor) lo
fulmina, en 1656, más con peso de aniquilación que de anatema: Maldito
sea en el día y en la noche, maldito al acostarse y levantarse, maldito
al salir y al entrar; no lo perdonará Adonai, y sobre él hará humear su
furor y su empeño, y sobre él caerán todas las maldiciones escritas en
el libro de la Ley, y aniquilará Adonai su nombre bajo los cielos, y
para su mal lo apartará Adonai de todas las tribus de Israel, con todas
las maldiciones que en la Ley están escritas... Ninguno podrá
comunicarse con él, ni de voz ni por escrito, ni hacerle ningún favor,
permanecer bajo el techo que lo cobije, ni acercársele a menos de cuatro
codos, ni leer papel escrito por su mano Reducido a menos que polvo y
ceniza para quienes alguna vez fueron los suyos, borrado en su presente y
su pasado, en su contacto como en su recuerdo, nada de judío queda en
el artesano de lentes que muere en La Haya en 1677, dejando una concisa
obra inédita cuya preservación debemos a la devoción de unos pocos
amigos y al coraje del editor Rieuwertsz. Et Atheista, y ateo. Más
tentador, el segundo epíteto es origen de aún mayor equívoco. La Ética
demostrada según el proceder de los geómetras, ese libro cuyo manuscrito
da el autor a leer a escasos amigos, de nada habla en su ascética
concisión que no sea de Dios. Aunque muchos sospechen- -así dos testigos
que, ante la Inquisición española, dan fe de haber cruzado al raro
personaje durante su azarosa estancia en el Ámsterdam de 1659- -que
aquel Dios del cual habla no es más que el de la filosofía la cual es la
A
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